Servicio de estudios: Colaboraciones
29-11-2009

No todo es oro

“Tenemos oro porque no podemos confiar en nuestros Gobiernos”. Hervert Hoover, presidente de los Estados Unidos (1929-1933).

Tras más de dos décadas sin acaparar la atención del mundo económico, la figura del oro vuelve a resurgir. La barrera de los 1.000 dólares / onza ha saltado por los aires y su cotización se ha disparado un 18% desde septiembre. Lo fácil es echar la culpa a los especuladores. El fondo de inversión SPDR Gold Trust, el mayor con inversiones en oro pero no el único, acumula más de 1.100 toneladas del valioso metal (la Reserva Federal tiene cerca de 9.000).

Pero no es oro todo lo que reluce. La subida tiene también su explicación más fundamental. El oro, por sus características físicas y escasez, siempre ha sido usado como reserva de valor. La creciente confianza en los Bancos Centrales ha hecho que hayamos perdido el miedo, que llamemos activos sin riesgo a la deuda de los Gobiernos y que guardemos nuestros ahorros en simples apuntes electrónicos. La crisis de 2008 ,con el riesgo de quiebra del sistema, ha servido de recordatorio de que nada dura eternamente; salvo los diamantes (y el oro). Siempre que los ciudadanos han perdido confianza en sus gobernantes, el oro ha servido como refugio.

La historia de la política monetaria ha estado ligada a la del oro en casi todas las civilizaciones: desde las primeras monedas acuñadas con este metal hacia el 700 a. c. en Turquía, hasta los billetes emitidos por los Bancos Centrales. Hasta principios del siglo XX, cualquiera podía ir al Banco Central de su país y convertir sus billetes por una cantidad prefijada de oro. Para hacer frente a estas peticiones, estas entidades tenían que mantener fuertes reservas del metal, para el caso de que todos los portadores de billetes decidieran transformarlos a la vez. Desde la Primera Guerra Mundial hasta los años 30, el patrón oro se abandona progresivamente. Tras la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods establecen el mismo tipo de convertibilidad prefijada de las principales monedas pero esta vez con el dólar, lo que se denominó como patrón dólar y en el que esta moneda seguía siendo convertible en oro. Y en los años 70, también se abandonó este sistema y se opta, más por obligación que por convencimiento, por el sistema actual de cambios flotantes.

La importancia de las reservas de oro va disminuyendo y en los años 80, se produce una carrera entre los Bancos por deshacerse de ellas. Tan solo la demanda para joyería queda para contrarrestar estas ventas, ya que incluso el uso para aplicaciones industriales va siendo cada vez más residual. Los niveles de precios alcanzados a principios de esta década, de 850 dólares / onza, no se recuperan hasta 2008. Los mínimos (250 dólares / onza) se marcan en 1999, año en el que los grandes Bancos Centrales llegan a un acuerdo para restringir sus ventas anuales a 400 toneladas.

Ahora, después de multiplicar su valor por cuatro, los países emergentes, como India, vuelven a anunciar compras de oro para sus reservas. 200 toneladas de golpe, que aumentan sus reservas en un 50%. Si analizamos la actuación de los Bancos Centrales durante los 80 y 90, no podemos considerarles buenos gestores de sus reservas, vendiendo cuanto más bajaba el precio y dejando de vender cuando se disparaba. Quizás estemos presenciando un nuevo error de gestión. Por cierto, una onza troy pesa 31,1 gramos.

Óscar del Diego (comunicacion@ibercaja.es). Ibercaja Gestión. Heraldo de Aragón, 29 de noviembre de 2009.


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