Cuestión de precios
En esta ominosa crisis en la que aún estamos inmersos, nos hemos acostumbrado a situaciones antes consideradas improbables, cuando no casi imposibles. Por ejemplo, a caídas del PIB de más del 5% en países avanzados, a retrocesos de dos dígitos en el comercio mundial o volatilidades en las bolsas de hasta el 80%.
Los precios se adelantaron a este fenómeno y empezaron a vivir una coyuntura no vista en décadas antes de que estallara la crisis. Entre 2005 y 2008 asistimos a varios episodios inflacionistas que llevaron las tasas de variación del IPC a máximos inéditos desde que, a comienzos de los 80, los mayores bancos centrales (con la Fed y Volcker a la cabeza) decidieran luchar tenazmente contra la inflación para mantener las expectativas de crecimiento de los precios a medio plazo en niveles razonables. En la primera mitad de 2009, la gravedad de la crisis económica provocó la tesitura opuesta, trayendo tasas negativas por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Este incremento de la variabilidad en el crecimiento de los precios se ha traducido en que, en un solo año, el rango en el que se movió la tasa interanual del IPC en EE. UU. fuese de 7,2 puntos porcentuales, frente a un rango de 5,3 puntos en los 25 años precedentes. Las perspectivas de precios son un factor clave a la hora de tomar decisiones de inversión a medio plazo y esta inestabilidad no es una buena noticia. Se puede aducir que los episodios alcistas se debieron al encarecimiento de las materias primas y que las caídas derivadas de la crisis no son extrapolables al futuro, pero se corre el riesgo de caer en la complacencia.
Como ha ocurrido con las bolsas, que han pasado en apenas unos meses del pánico a la euforia y luego a la calma que llega tras la tempestad, también las previsiones de precios están derivando hacia escenarios más estables y optimistas. La mayor parte de casas de análisis espera que en el próximo año se compensen el efecto alcista de la nueva subida de las materias primas (todavía lejos de niveles de 2008) y el bajista de la escasa actividad en un entorno de exceso de capacidad productiva y ausencia de dinamismo en el mercado laboral. De esta forma, llegaríamos a crecimientos de los precios dentro de lo considerado normal y admisible en las últimas décadas.
Este escenario, quizá el más probable a corto plazo, se sostiene en un equilibrio extremadamente frágil donde la actuación de los bancos centrales va a ser tan importante como difícil. Sus políticas expansivas de fuerte inyección de liquidez han sido claves en la lucha contra la amenaza deflacionista. Por ello, la retirada de estas medidas extraordinarias va a ser una labor de funámbulos con importantes repercusiones a medio plazo. Si se hace de forma precipitada, se puede estrangular la tímida e incipiente mejoría del ciclo provocando una nueva recesión y, quizá, caídas de precios. Si se mantiene una política laxa durante demasiado tiempo el riesgo reside en que, al normalizarse la velocidad de circulación del dinero (ahora en mínimos), surjan presiones inflacionistas que repercutan en subidas de los tipos de interés.
Es muy probable que los precios permanezcan olvidados durante la primera parte del año que acabamos de comenzar, pero vigilen su comportamiento, son demasiado importantes como para que no vuelvan a estar de moda en unos meses, según cómo haya evolucionado la economía mundial y según la habilidad de los bancos centrales al caminar sobre la cuerda floja.
Santiago Martínez Morando (smartinezm@ibercaja.es). Ibercaja. Heraldo de Aragón, 3 de enero de 2010.
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