Una pica en Goteborg
Entre la avalancha de noticias y especulaciones sobre el futuro de Grecia y del sistema financiero español, la firma del protocolo de compra de la automovilística Volvo por parte del grupo chino Geely ha pasado prácticamente desapercibida en esta semana festiva. El importe de la operación, que se formalizó en la sede de la compañía en Goteborg el pasado domingo 28 de marzo, ha sido de aproximadamente 1.800 millones de dólares. Una cifra muy lejana, por cierto, a los 6.450 millones que pagó el grupo estadounidense Ford por esta marca sueca en 1999. En todo caso, queda pendiente de aprobación por las correspondientes autoridades regulatorias.
En mi opinión, lo más relevante no es el hecho en sí mismo, ni quizá tampoco el declive del sector de la automoción implícito en el fuerte descenso del precio de la empresa en una década. A mi juicio, lo más significativo es que esta adquisición simboliza el comienzo de una nueva era económica y financiera mundial. El gigante amarillo, con una contrastada capacidad de resistencia a la crisis, empieza a mover sus fichas en el tablero global, en los organismos internacionales y también en el terreno empresarial. En los últimos tiempos, las inversiones en África y América del Sur, fundamentalmente en sectores de materias primas, han sido ya muy importantes, pero ahora llega el turno de Europa.
Las cifras macroeconómicas abruman. El PIB de China creció un 8,7% en 2009, frente a la recesión generalizada, y avanzará un 10% en 2010 y un 9,7% en 2011, de acuerdo con las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). El índice de producción industrial progresa a un ritmo de dos dígitos en términos interanuales. El país acumula un ingente stock de reservas de divisas, entre las que se encuentran más de dos billones de dólares. El saldo positivo de la balanza por cuenta corriente, exportaciones menos importaciones, representa en torno al 7% del PIB, generando un exceso de ahorro nacional anual de dimensión equivalente que tienen que colocar en el exterior.
El momento resulta especialmente oportuno para la incursión del capital chino en compañías occidentales, porque la envergadura de los requerimientos que muchas de ellas afrontan contribuirá a diluir eventuales prejuicios y resistencias políticas. Como en el caso de Volvo y su propietario Ford, el elevado endeudamiento comprometido, las persistentes dificultades de financiación y la necesidad de liquidación de áreas no estratégicas en los grandes grupos industriales abren las puertas para la entrada de nuevos inversores. Y esos nuevos inversores deben contar con suficiente pulmón financiero para abordar proyectos de reestructuración y esperar retornos dentro de varios años, cuando maduren los frutos que vayan sembrando ahora.
En este contexto, no debe extrañarnos que, durante los próximos años, las compañías chinas continúen tomando posiciones en Europa y Estados Unidos, comprando incluso algunas enseñas emblemáticas de industrias estratégicas como el automóvil, la energía o la banca. Además, las potenciales ventajas para la pujante economía asiática no se limitan a los dividendos y plusvalías que puedan obtener, sino que la presencia en la gestión de estas compañías permitirá importar tecnologías, sistemas de organización de la producción, articulación de la logística, etc.
Enrique Barbero Lahoz (ebarbero@ibercaja.es). Ibercaja. Heraldo de Aragón, 4 de abril de 2010.
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