Reflexiones sobre la globalización
El otro día, intentando explicar a un hijo de unos amigos como había cambiado el mundo y lo que suponía para la generación actual vivir en globalización, me reafirme una vez más en la cantidad de tareas que el mundo debe hacer para modificar el modelo económico en el que hemos vivido. La deflación exportada por los países emergentes favoreció en Occidente tipos reales mínimos, con los que se consiguió sustituir salarios por efecto riqueza artificial, que ha desembocado en la mayor acumulación de deuda que se conoce en la historia de la economía.
En los países emergentes se ha dado un paso extraordinario en cuanto a mejora de renta per capita y la acumulación de reservas ha hecho que la situación financiera de estos países sea extraordinaria en comparación con la nuestra, con la única tarea pendiente de generar una clase media que consuma con revaluación de monedas, menores tasas de contaminación y, en definitiva, depender menos del factor inversión. El pulmón del sistema que permitía endeudarse en Occidente para consumir lo que producían los emergentes casi desaparece, pero por fin los bancos han vuelto a regenerarse, no sin pasar por el mayor proceso de quiebras y pseudo nacionalizaciones que conocemos.
Ahora, son los Estados los que han pasado a ser los prestamistas de la sociedad y los países occidentales van a llegar a deudas públicas sobre PIB del 140%, necesarias para salvar a los ciudadanos e instituciones. ¿Qué si el mundo va a cambiar? No les quepa la menor duda. Eso sí, los cambios estructurales que el mundo requiere no se hacen en unos añitos, ni en un mandato electoral. Les recuerdo que Japón lleva 20 años intentándolo y el resumen de su economía es una deuda pública sobre PIB muy por encima del 150% y metido de lleno en la trampa de la liquidez. Emiten deuda para seguir pagando intereses.
Occidente deberá ser capaz de ahorrar más dinero, consumir sólo frente a la renta personal disponible, pagar por las casas no más de lo que valga el Bono del Tesoro del país de referencia, mejorar la competitividad y productividad, regular los bancos exigiendo mayores ratios de capital, asignar mejor los excedentes de recursos de las multinacionales cuyo cash-flow sobre PIB está en máximos históricos, asumir mayores tipos de interés a largo plazo para financiar los déficit públicos, invertir en capital humano vía creación de personas bilingües para que sean capaces de vivir en globalización y, en definitiva, asumir menores tasas de crecimiento.
Todo un reto que probablemente ningún político quiera asumir por el coste tan negativo que tiene implementar muchas de estas medidas, pero les aseguro que si no se toman nos volveremos como los japoneses y olvídense de la palabra crecimiento a largo plazo. Los países emergentes deben asumir su parte en este tema de la reconversión de la globalización, una revaluación del yuan y una mayor equidad entre crecimiento nominal y tipos de interés es necesaria para que estos países no caigan en burbujas de crecimiento. Por tanto, la conclusión que le dije a aquel estudiante fue obvia: hay que estudiar más, trabajar más, salir menos, saber inglés como la lengua materna de cada uno y probablemente tener una movilidad superior a la que se tiene actualmente. Sé que es aburrido todo lo que le dije, pero les aseguro que más aburrido es ver el Nikkei en 38.957 puntos en diciembre de 1989 y después de 20 años en 11.168 puntos.
Alberto Espelosín (comunicacion@ibercaja.es). Ibercaja Gestión. Heraldo de Aragón, 11 de abril de 2010.
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