Servicio de estudios: Colaboraciones
05-12-2010

¿Confías en mí?

En la película de Disney, eso le preguntaba Aladdín a su suspirada princesa para animarla a subir a la alfombra mágica y, en el mundo real, eso es lo que tiene que preguntar el Tesoro Público a los inversores internacionales a la hora de colocar la deuda española. Porque la situación no es tan sencilla como hace unos años, cuando el coste de financiación era el mismo que en Alemania.
La economía española genera ciertas suspicacias por cuestiones bastante conocidas y comentadas. Vive una crisis estructural tras una burbuja inmobiliaria de la que se espera que salga muy lentamente y que ha conducido a una coyuntura difícil para el sistema financiero y a un desequilibrio de las finanzas públicas insostenible a largo plazo. Además, el país es deficitario, por lo que necesita captar financiación exterior.

Hace meses que los mercados saben que la deuda española no es la más atractiva del lugar y que exigen un sobreprecio para financiarnos pero, sin que haya habido deterioros adicionales en nuestra economía, el diferencial pagado por el diez años español frente al alemán se ha duplicado en poco más de un mes hasta alcanzar la cota de los 300 puntos básicos, el nivel más alto desde que convivimos con la misma moneda. ¿Qué ha ocurrido para que lleguemos a esta situación?

El factor clave ha sido la necesidad de rescate de Irlanda, un país cuyas cuentas públicas se vieron condenadas por las garantías del Gobierno sobre la totalidad de las deudas de su sobredimensionado sistema financiero. El caso no es equiparable al de España, pero los mercados han empezado a poner en precio el riesgo de un escenario extremadamente negativo. Porque, si el rescate se hiciera necesario en Portugal y, después, en España o incluso en Italia, ¿la Unión Europea tendría capacidad de respuesta?

No contribuyó a calmar los ánimos que se hablase de reestructurar la deuda de los países rescatados (como deseaba Alemania) para que el sector privado también contribuyera a sufragar parte de las pérdidas. Finalmente, se ha acordado que exista esa opción a partir de 2013, pero no de forma automática sino supeditada al juicio sobre la viabilidad que cada caso concreto merezca a las autoridades europeas, una postura algo más favorable para los inversores de lo que éstos llegaron a temer.

No es ningún secreto que el pánico en los mercados financieros puede tener efectos devastadores. Al fin y al cabo, los mercados no los componen entes inimaginables sino personas de carne y hueso que toman decisiones de inversión y que, cuando temen sufrir grandes pérdidas, se pueden comportar de forma extrema y muy inestable. Tanto como para conducir al rescate a un país entero. Por este motivo, es clave recuperar su confianza, demostrar que no será necesaria una intervención externa porque las cuentas del Estado se pueden reconducir tomando decisiones difíciles (pero menos dramáticas de las que serían impuestas en caso de un rescate), decisiones relativas al ajuste del gasto público y a la implementación de reformas estructurales en el mercado laboral, las pensiones, el sistema educativo, etcétera.

Es decir, que para que los inversores suban a nuestra alfombra no basta con una bonita sonrisa, sino que es necesario adoptar una política económica coherente y comprometida a largo plazo con la responsabilidad fiscal. El Gobierno parece haberlo comprendido, esperemos que no sea demasiado tarde.

Santiago Martínez Morando (smartinezm@ibercaja.es). Ibercaja. Heraldo de Aragón, 5 de diciembre de 2010.


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