Servicio de estudios: Colaboraciones
27-03-2011

No pongamos nuestras barbas a remojar

Esta semana puede haber sido clave para el futuro de Portugal, sumida en la peor recesión de los últimos treinta años, después de que el nuevo paquete de medidas de austeridad de nuestros vecinos no haya logrado el respaldo suficiente en el Parlamento.

El ejecutivo portugués presentaba hace dos semanas un importante plan de ajuste que permitiese alcanzar el ambicioso objetivo de reducir el déficit fiscal hasta el 2% del PIB en 2013. A pesar de contar con el beneplácito de la Unión Europea y el Banco Central Europeo, el cuarto plan de austeridad en apenas un año ha terminado por convertirse en una moción de censura contra el actual Gobierno socialista.

El principal partido de la oposición ha lanzado duras críticas contra el Gobierno, al que acusa de falta de comunicación por no haber consensuado las medidas anunciadas y, en un acto quizá de irresponsabilidad, ha decidido rechazar el plan sin proponer ninguna alternativa. La falta de cohesión política provocaba que el actual primer ministro, José Sócrates, haya decidido presentar su dimisión y en breves se podría anunciar la convocatoria de elecciones anticipadas. La inestabilidad política está haciendo mella en la confianza de los inversores y la posibilidad de un rescate al estilo de Grecia o Irlanda parece ganar enteros tras los recientes acontecimientos.

La respuesta de los mercados ha sido inmediata, reavivando la temida crisis de deuda soberana europea. De esta forma, el coste de financiación de Portugal a diez años y el diferencial con la deuda Alemana han repuntado hasta niveles máximos desde la formación de la zona euro.

Estaríamos, por tanto, ante una nueva ficha que cae en este particular dominó formado por los países europeos periféricos. En todos los casos ha habido un denominador común, la dilapidación de la confianza de los inversores. En el caso griego, el detonante fueron unas estadísticas manipuladas, en el caso irlandés la crisis de un sistema financiero desproporcionado, mientras que en el caso portugués el catalizador que puede hacer perder la confianza de los inversores en la deuda pública del país sería la inestabilidad política.

Hace unos meses esta situación hubiera llevado a que todas las miradas se centrasen en España como siguiente ficha de este macabro domino y nuestra deuda viviese otro episodio de estrés. Sin embargo, la percepción del riesgo soberano español ha cambiado notablemente en los últimos meses. Tras varios ejercicios didácticos, el inversor ha terminado por comprender que la situación de nuestro sistema financiero dista mucho de la de Irlanda. Incluso en el escenario más catastrofista de los muchos que se han publicado recientemente, el impacto sobre las finanzas públicas sería muy inferior al vivido por el país celta.

Esta situación se hace evidente en el hecho de que, pese a la situación actual de nuestro vecino, el coste de asegurarse contra el impago de la deuda española se encuentra actualmente en niveles prácticamente mínimos del año. Además, hemos vivido un importante incremento en la demanda de las últimas emisiones de deuda pública y se ha conocido la apuesta de varios fondos soberanos relevantes por la deuda española.

Por lo tanto, tranquilidad inversores, aunque estemos viendo las barbas de nuestro vecino pelar, no hará falta que pongamos las nuestras a remojar.

Marcos Sánchez Bienzobas (msanchezb@ibercaja.es). Ibercaja. Heraldo de Aragón, 27 de marzo de 2011.


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