Un economista de Marte
Supongamos que a un economista recién llegado de Marte a nuestro planeta se le presenta la siguiente información sobre la situación de un país. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que registrará este año un déficit público equivalente al 11% del PIB, de modo que el saldo de deuda pública incluido el endeudamiento local y de empresas públicas- ascenderá al entorno del 125% del PIB a finales de 2011, cota máxima histórica que supera la marca anterior de 1947. Además, se le indica que el nivel de deuda del sector privado (familias y empresas) representa el 170% del PIB, uno de los más elevados del mundo. Por último, la balanza por cuenta corriente (diferencia entre exportaciones e importaciones) exhibe un déficit del 3% del PIB en promedio de los últimos 25 años, que se mantiene hoy, evidenciando una dependencia estructural del capital exterior para financiar este desequilibrio perenne.
¿Cuáles serían las recomendaciones y predicciones del estupefacto economista marciano? Sin duda, creo que prescribiría la necesidad de llevar a cabo un proceso de consolidación fiscal y aumento del ahorro y reducción de la deuda de hogares y empresas. En otros términos, que todos los agentes traten de gastar menos de lo que ingresan para reconducir el volumen de endeudamiento agregado comprometido por esta economía. No obstante, advertiría que las medidas requeridas para ello frenarían la actividad y la creación de empleo a corto plazo. En cualquier caso, apuntaría probablemente también, la divisa de esta economía estará sometida a una fuerte presión bajista en su cotización frente al resto de monedas durante los próximos años.
¿A qué país corresponden estas cifras? ¿Grecia? ¿Portugal? ¿Irlanda? ¿Quizá incluso España? Pues no, se trata de algunas de las magnitudes básicas del cuadro macroeconómico de Estados Unidos. Y ése es un matiz muy relevante, porque sólo la todavía primera potencia económica mundial puede moverse en estas coordenadas sin convertirse en foco prioritario de incertidumbre global.
A la par, la Reserva Federal deberá emprender, gradualmente aunque sin demora, la retirada de las facilidades extraordinarias habilitadas durante estos últimos años de crisis. Es decir, iniciar la senda de subida de tipos de interés, planificar la venta de los títulos de deuda pública y privada adquiridos para engrasar los circuitos de financiación mayorista, etc. En definitiva, implementar también una política monetaria algo más restrictiva, cuyos efectos de enfriamiento del consumo y la inversión se sumarán a los de la política fiscal del mismo signo.
El tamaño, la productividad y la flexibilidad y capacidad de reinvención e innovación del tejido empresarial norteamericano otorgan margen de maniobra para llevar a cabo el ajuste sin excesiva presión internacional, a diferencia de lo acontecido en los casos griego, irlandés y portugués, por ejemplo.
Sin embargo, la envergadura de los retos impide que podamos descartar que la intensidad con la que los mercados han seguido los acontecimientos de la zona euro a lo largo de 2010 y el primer trimestre de 2011 cruce el Atlántico en el futuro inmediato. La magnitud de las medidas anunciadas por Obama el miércoles refleja que esta inquietud no es exclusiva del ficticio, pero racional, economista de Marte.
Enrique Barbero Lahoz (ebarbero@ibercaja.es). Ibercaja. Heraldo de Aragón, 17 de abril de 2011.
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